Pronto hará mil cien años que el rey don Alfonso III de León encargó al conde Diego Rodríguez, conocido por Diego Porcelos, la fundación de un “burgo murado”, a orillas del río Arlanzón, para contener el avance musulmán. De este modo surgió en el norte de la meseta una nueva ciudad, mirando al anchuroso Sur, a esa Castilla que, entre dolores de parto, comenzaba a nacer para la gran Historia.
Este Burgos es, sin embargo, algo más que una fecha memorable y multisecular: es Fernán González, Laín Calvo, Pero Ansúrez, Nuño Rasura, Martín Antolínez, Rancón Bonifaz, leyenda épica del albor de España. Este Burgos es, ayer, ahora y siempre, Rodrigo Díaz de Vivar, ese “milagro de los grandes milagros del Creador”, caballero en su Babieca para la eternidad, flotando su capa al aire frío seco de su Castilla, conquistador de reinos y hombres para la dignidad la justicia.
Este Burgos, ley y espada, sobrio y firme en la lealtad, ha sido este año de 1983 escenario principal de los actos y ceremonias de la Semana de las Fuerzas Armadas, organizada por una Capitanía General cuya sede en la ciudad es, como tantas otras cosas, fruto del esfuerzo y del tesón seculares de los burgaleses. No podía hallarse para este fin ciudad más noble y más noble pueblo; no podía tener Burgos mejor celebración de sus once siglos de existencia que este abrazo con las Fuerzas Armadas que, por ser de España, son entrañablemente suyas.
La ciudad se ha sumado entera, sin fisuras, a la fraternidad con sus soldados; no han faltados los toros, ni el fútbol de calidad en el homenaje; el comercio cerró sus puertas para recibir, el pueblo en masa, a sus Majestades los Reyes, al Príncipe y las Infantas en un sábado lleno de sol y de fervor patriótico.
Pocas veces se han dado en una ciudad testimonios tan variados y elocuentes de integración Pueblo-Ejército, abrazo patente en el monumento que, dedicado a las Fuerzas Armadas, simboliza lo que éstas representan y garantizan para todos: Paz, Justicia y Libertad. No se sabía estos días en Burgos, quién era pueblo y quién era ejército: éramos todos uno en el entusiasmo. Ha sido emocionante este Burgos primaveral, sencillo solemne como todo lo grande, anfitrión de honor de unos días inolvidables.
BURGOS ES UNA BANDERA
Así titulaba su crónica un periódico burgalés el sábado 28 de mayo; Burgos era una bandera porque todo él estaba cubierto de rojo y gualda. “Se trata de rendirles un homenaje y no vamos los burgaleses a defraudar a los colores sagrados”, continuaba la crónica. Por supuesto, no los defraudaron. Arreció la lluvia poco antes de la hora fijada para el Homenaje a la Bandera, y las calles y los puentes sobre el Arlanzón se llenaron de paraguas, pero los burgaleses no faltaron a su cita.
El acto, el momento de aparecer las banderas, es un instante singular. Callan las gentes, y las notas del Himno Nacional cargan de emoción los corazones. Se siente un escalofrío colectivo que se intensifica cuando es izada, lentamente, la enseña patria. Es como una oración. Este año, el acto de homenaje a los caídos se vio realzado por la presencia de una compañía de granaderos, un precioso recuerdo del pasado, un lujo que sólo ejércitos viejos gloriosos como el nuestro se pueden permitir. Hicieron los granaderos una descarga de honor con sus fusiles fabricados en Eibar por manos artesanas, y la estatua del buen Carlos III que se encuentra en la Plaza Mayor de Burgos debió de suspirar complacida. La solemnidad de la vieja música, el desfile de estos soldados antiguos, fue el broche final de una tarde lluviosa y fría, pero ardiente y plena en el alma de los que presenciamos el Homenaje a la Bandera. Antes, los orfeones de Burgos, Miranda y Aranda de Duero habían llenado el aire con sus voces, cantando a Burgos, a Castilla, y a España; el amor se hizo canción bajo la gran enseña que parecía cobijarnos a todos.
Repasamos el Arlanzón por el Puente de San Pablo, sucesor de aquel pontón que levantara en IZUZ la Cofradía de los Trece Caballeros, costeando cada ojo del puente un cofrade; al final, sobre la multitud, la estatua del Cid, las barbas al viento y la espada señalando siempre hacia adelante; nunca más saldrá de Burgos, hacia el destierro, su espíritu.
EL DESFILE
“Que no se nos diga que una parada militar no es más que un espectáculo vistoso, lleno de colorido y todo eso que se dice con más frecuencia de la deseada. Porque sí es eso, pero es mucho más. Para ver un espectáculo, al menos en esta tierra, no se van las gentes desde muy por la mañana para reservar sitio, ni se vienen masivamente de la provincia, ni se adornan multitudinariamente los balcones, ni se vuelca la ciudad hacia los visitantes. Un desfile es, ya decimos que eso, pero antes es el fervor popular por ver cómo pasa el pueblo, por verse a sí mismo el pueblo, por comprobar que, con cara joven, son ahora los que fuimos ayer”.
Esto lo leí el domingo por la mañana en Burgos, y me pareció que ninguna otra definición supera lo sucedido a las doce de ese día. Es difícil calcular la cantidad de personas que se habían dado cita, desde mucho antes de la hora del comienzo de la parada militar, en la calle Vitoria; allí había miles de castellanos, vascos, navarros, riojanos y cántabros, ocupando aceras y tapias, y hasta los árboles estaban cuajados de muchachos con banderas nacionales. El desfile era la culminación de una semana llena de acontecimientos castrenses, tanto en Burgos como en el resto de las comunidades territoriales que configuran la 6ª Región Militar —aunque no faltó el zarpazo salvaje del terrorismo— y esta culminación fue una verdadera apoteosis.
Vídeo Dia Fuerzas Armadas Burgos 1983
Desde muy temprano estaba abarrotada la calle Vitoria, profusamente engalanada, como el resto de la ciudad, de rojo y gualda. Llegaron a las doce los Reyes a la tribuna de honor y, tras pedir la venia real, comenzaron su paso las Unidades al mando del Capitán General de la Región. La enseñas nacionales, el Regimiento de la Guardia, Caballería, Infantería Acorazada y Mecanizada, Artillería, Ingenieros, Intendencia, Sanidad, Tropas de Montaña, Academias Militares..., el paso de todo era jaleado por los burgaleses con entusiasmo. Desfilaba el pueblo armado, ante los ojos del pueblo.
Pero, este año, el protagonista ha sido la Guardia Civil. El paso de la Guardia Civil fue el delirio; millares de claveles rojos y amarillos fueron arrojados a sus pies, entre vítores y aplausos. El homenaje habrá llegado sin onda, hasta el cielo donde se hallan esos héroes caídos, de la forma más cruel, por todos nosotros. La gente les recordó con entusiasmo que nubló, bajo los tricornios y las boinas, los ojos de los guardias civiles.
Pasó, por último, la Legión, a su paso único, raudo y vibrante, entre la expectación y la admiración. Acabó el desfile, en el aire limpio de Burgos quedó el recuerdo de una Semana en que se renovó este abrazo pueblo-ejército que en estas benditas tierras pronto cumplirá sus primeros mil cien años.
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